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Un rostro múltiple: Björk y las máscaras

  • 22 jun 2018
  • 4 Min. de lectura

Los ojos han desaparecido y han sido remplazados por dos esferas doradas y brillantes como los ojos de un insecto. La frente se ha transformado: ha adquirido volumen y tiene la forma de una flor. Los pómulos, antes lisos, también han sido reconfigurados; se han puesto sobre el tabique y se han dividido en dos; figuras curvas, sinuosas y orgánicas, sacadas de otro planeta, configuran una nueva superficie. Perlas y pequeñas esferas de metal adornan el nuevo rostro, que ha nacido como un personaje que pertenece a una identidad más amplia que la cotidiana. No corresponde a una sola imagen e idea de persona, como un rostro habitual, sino a una multiplicidad de distintos rostros. Múltiples e inéditas, creadoras de algo jamás visto: así son las máscaras del mundo de Björk, que representan la posibilidad de ampliar y amplificar las diferentes personas que constituyen sentimientos, deseos, posibilidades de su creación artística.


El rostro viene atado a una noción de permanencia. Con él nacemos y adquirimos identificación única e individual. Por su papel en la cotidianidad, el rostro es medio de expresión humana, desde las tareas más sencillas de comunicación hasta las más complejas como el teatro. Para un intérprete, su rostro es esencial para la ejecución de su arte. Reconocernos en quien danza, actúa o canta es el punto más alto de la experiencia estética con el artista; ver su cara que llora, despierta nuestros propios sentimientos, así como ver su rostro asombrado o aterrado. El arte, especialmente en el que tenemos que representar o simular un personaje, consiste en gran medida en expandir la idea de individuo como ente único e inmutable, y convertirlo así en uno múltiple. Si bien en el teatro en el actor accede conscientemente y con previa preparación a encarnar un ser totalmente distinto a él en su propio cuerpo, en la música el intérprete accede a lo que canta en un tiempo lento que va apareciendo canción por canción. El cantante pone en su voz, por un instante, un mundo más eterno y más ignoto, que se alza sobre todas nuestras vivencias y anécdotas particulares.


La música de Björk crea un espacio metafísico y abstracto para la construcción de esas múltiples identidades que se despliegan en el tiempo de una canción o álbum, y en el espacio de un escenario de concierto o un video. Cada sentimiento, metáfora, nota, acorde y melodía aparecen como elementos de un ser único que se reparte en una obra cuya lógica puede acoger distintas personas en una infinita conversación entre sí. Björk es una artista interesada en la construcción de imágenes por medio de la música, y lo hace más claro en la máscara como símbolo y lugar de esa multiplicidad de identidades que hay en su trabajo musical. La música es como una máscara, pero también la máscara es música. La música no es objeto que cubra su rostro y lo esconda, sino que es un medio mismo que le ayuda a Björk a interpretar y a experimentar con sus ideas y sentimientos artísticos. Y detrás de la máscara no encontramos un rostro, porque ya está ahí: es la misma máscara.


Pero el rostro y la identidad no se construyen desde la experiencia de uno, sino también con la experiencia de otros. Por ello el proceso colaborativo con que Björk crea la imagen y estética de sus álbumes se vuelve obra misma, una obra común.


En el proceso intervienen muchos: desde quienes hacen arreglos musicales hasta quienes crean la estética visual del álbum. Si bien todas estas experiencias son diferentes, se organizan en la obra final bajo la mirada de Björk. Así, las máscaras de Björk son los rostros, no solo de ella, sino de James Merry, Neri Oxman, Hungry, Maiko Takeda, entre muchos otros. Parte fundamental de su éxito como artista radica en escoger a la persona indicada para iniciar el proceso creativo mutuo en el cual Bjork se sumerge a la hora de construir la estética de una de sus épocas artísticas. Este rostro de muchos, que ella usa en el espacio performativo, tiene también un material, color y técnica que le dan sentido a la persona que ahora aparece en el escenario.



Aunque podríamos devolvernos a 1997, cuando Björk sacó su álbum Homogenic y cantó con piezas de joyería que asimilaban plumas, hechas por Shaun Leane, es desde 2015 que nos interesa de forma particular la exploración material y creativa de Björk. Muy a inicios del 2015, Bjork sacó Vulnicura, un álbum sobre la herida de un corazón herido expuesto y débil por amar. Las letras giran en torno a la pérdida de su esposo, la confusión y el volverse a crear a uno mismo. Aquí usó Björk sus primeras máscaras, que cubrían totalmente su cabeza, no había señales de que hubiera un rostro. Como un aura, o aureola, las máscaras impedían cualquier reconocimiento posible. Pero luego las máscaras se transformaron: ahora eran bordadas, con motivos de flores, insectos e inspiraciones orgánicas. Desde la misma técnica escogida, la máscara ya hablaba sobre un personaje y uno de sus rasgos. El bordado lento de las figuras de las máscaras asemejaba en una metáfora perfecta el proceso de sanación de esa herida que Björk presenta desde el inicio del álbum. Su herida, al igual que las máscaras, debe ser cosida, vuelta a suturar con hilo, puntada a puntada. Tiempo después, este dolor se transformó en un nuevo sentimiento de sanación y paz. Utopia, su último álbum, habla justamente de ello. Las máscaras que aparecieron en esta transición pasaron por un cambio de técnicas radicales que postularon una nueva relación con el rostro. Se pasó del bordado a las piezas moldeadas en silicona que pertenecen a un rostro original: por fin, por primera vez, aparecía un rostro.



El arte debe buscar maneras de conservar su potencia creativa, y deshacerse de la idea de un único creador es una de ellas. Las máscaras de Björk son la constitución de una multiplicidad presente en una sola persona, o en palabras de la artista “una vasija temporal” llena de una diversidad de entes, que en constante cambio salen al mundo de diferentes maneras con diferentes caras.



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