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Un mes de moda más

  • 16 oct 2018
  • 4 Min. de lectura

Luego del ajetreo de un mes de la moda y un poco tedioso de soportar, nos quedamos con una cantidad enorme de nuevos productos que próximamente saldrán a la venta y serán comprados por todos los ricos del mundo. El uso de la palabra productos para describir lo que fue presentado no es fortuito, porque todas esas colecciones que salieron hasta hace unas pocas semanas fueron, más que ideas, proyectos, exploraciones estéticas y arte, un conjunto de mercancías sin espíritu.


Marcas en las que siempre ponía toda mi expectativa no lograron emocionarme en lo más mínimo en esta ocasión, y algunas han seguido en este camino desde unas temporadas atrás. Balenciaga por ejemplo, fue increíblemente simple, más de lo normal, incluso para el nivel de Demna Gvasalia, que continúa con su estilo normcore, de ropa de oficina, gris y sencilla. O Raf Simons, que no logró hacer de una colección con gran potencial algo increíble. Toda la colección se sintió como una repetición vacía de las mismas prendas en distintas telas y colores. A estas dos, así como a la mayoría de colecciones presentadas en el mes de la moda, las unía su mediocridad, su falta de creatividad y compromiso a la hora de desarrollar una idea, si es que en principio había una.


De este modo, fueron pocos los diseñadores que lograron destacarse semana a semana en las diferentes ciudades. Sólo París parecía la salvación de una de las temporadas más tristes en los últimos años. En últimas, es en esta ciudad donde se presentan el pequeño grupo de diseñadores que todavía conservan su espíritu libre y se han comprometido con su oficio con sabiduría. Mirémoslos.


Celine: todos estaban expectantes de la primera colección de Hedi Slimane, el antiguo diseñador de Saint Laurent que llevó a la marca a una de sus épocas más plenas. Las expectativas eran aún mayores por todos los cambios de imagen realizados a la marca los meses anteriores, y por el peso que tenía Phoebe Philo, su antecesora. La colección fue todo lo que uno podría esperar de Slimane. A pesar de que, sí, es idéntica en estilo a su trabajo en Saint Laurent, por algún motivo siento que era necesario que algo así viera la luz en este momento. Era una repetición importante, diciente, productiva. A pesar de todas las críticas que se le hicieron sobre lo machista que era, sobre su falta de originalidad entre otras muchas, Slimane sabe volver a su trabajo especial y transformador.




Thom Browne: recibió unas críticas similares por Diet Prada (@diet_prada), porque, para el momento histórico que vivía el feminismo con las campañas del #MeToo, entre otras, la visión que él presentó, con mujeres amarradas, inmóviles y con las caras tapadas, era violenta e inapropiada. La colección conmemoraba la carrera del diseñador, cargada de motivos náuticos, trajes bellamente construidos y su confección de alta costura llena de siluetas y volúmenes. Para mí, esta colección fue una obra de arte bella y poderosa. No siento que deba ser juzgada por uno de los movimientos más cuestionables del feminismo, como lo es el #MeToo, que poco a poco ha pasado de ser un legítimo reclamo contra las agresiones sexuales a las mujeres a ser un movimiento político que quiere volver asépticas las relaciones entre seres humanos, condenando cualquier incomodidad ligada al deseo (al respecto, esta columna de Carolina Sanín).


Pero, además, moralizar el arte es atacar la misma libertad para crear mundos nuevos, para expresar los fondos bajos del corazón humano y para hacer un cuestionamiento radical, más radical que cualquier otro, del mundo y de los deseos. Las críticas del feminismo liberal a Thom Browne no son nada diferente a la intención de normar los deseos, y en últimas son tan ridículas como dejar de ver Picassos porque él haya sido un pésimo hombre con las mujeres, que lo fue, o censurar las fotografías de Araki por poner a mujeres en escenas de bondage.




Maison Margiela: John Galliano exploró la idea de género e identidad en una de las colecciones que mejor ha logrado tratar estos temas sin caer en clichés o idioteces. El valor de esta colección es la manera como logró darse cuenta de que el mismo método con que diseñaba para Margiela, la deconstrucción, era la manera como construimos identidad, con piezas y partes que vamos uniendo, destruyendo y volviendo a armar. Los mismos modelos que caminaron la pasarela eran personas de identidades variadas. Fue esto lo que llevó a que las prendas perdieran género: se degeneraran. Los trajes deconstruidos, más que ser de una identidad en específico, eran todas las posibles y ninguna al mismo tiempo. Así pasó con los vestidos, chaquetas y pantalones que en su diseño lograban adaptarse a la persona que los modelaba, como si el mismo sujeto que las usaba hiciera parte de la idea de las prendas.



Givenchy: Clare Waight Keller ha logrado construir una identidad propia y distintiva en Givenchy. En cada colección que pasa, una pieza más se añade a ese mundo que es su obra. Es increíble volver a ver, a través de los ojos de Clare, a Hubert vivo otra vez, con su estilo, cortes y volúmenes, en movimiento y armonía con la diseñadora que lo ha sucedido. Es casi como si ella fuese la intérprete de la obra del difunto diseñador y cada vez más se vuelva mejor representándolo. Los vestidos plisados y sobre todo los finales con motivos de flores distorsionadas fueron de los más bellos de la temporada. Es solo dejarse hipnotizar por los pequeños estampados de estos vestidos para darse cuenta de su genialidad.



Sacai: Chitose Abe, la diseñadora de Sacai, ha tenido un gran año y su trabajo cada vez se vuelve mejor y más complejo. Su obra se destaca por su capacidad de unir prendas y crear híbridos que parecen de alta costura. Ella representa el futuro de los nuevos diseñadores asiáticos que han logrado alcanzar la fama siendo fieles a su filosofía y espíritu.



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