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El nuevo barroco de Gucci

  • 8 jun 2018
  • 2 Min. de lectura

La nueva colección resort de Gucci fue presentada en Arles, sur de Francia. Al caer el atardecer, el show comenzó con un primer look muy del estilo de Alessandro: infantil, oscuro, melancólico y muy barroco. Tanto este primero, como los que siguieron en el resto de la colección, parecía sacado de cuadros de Velázquez. Con un aura siniestra pero una luz muy particular en sus diseños, como un claroscuro barroco, múltiples historias e imágenes sabiamente ubicadas en contraste generan la fuerza emotiva de la última colección de Gucci.


Alessandro es un diseñador de referentes. Cada prenda, estampado, accesorio, bolso y elección de maquillaje está armado con detalle maestro. Cada cosa viene de un lugar diferente, de algún país remoto de su gran bagaje personal de referencias artísticas, cinematográficas, literarias o históricas. Y es así que cada colección es un mundo nuevo y singular donde confluyen referentes, historias y tiempos, todos ellos transformados para que encuentren una expresión única y novedosa en lo que Michele presenta.

El mundo que Michele crea en esta colección, con ecos de varias colecciones anteriores, va de la estética de los años 80 y el rock ‘n roll a la de las películas clásicas de terror, envuelve a su vez el estilo de históricos vestuarios barrocos unido a una fuerte estética similar a la película Gritos y susurros, de Bergman. Él mismo describe la diversidad de su mundo en las notas de la colección: “viudas que visitan tumbas y sepulturas, niños que juegan a ser estrellas de rock ’n roll, y señoras que no son señoras”. Todos estos tiempos históricos, culturales y estéticos arman, pieza a pieza, los personajes que caminan en la pasarela final. Los cabellos, accesorios y piezas de ropa adquieren sentido dentro el espacio en el que todos estos elementos entran en conversación entre sí.


Ahí reside lo barroco del trabajo de Michele: en la unión de múltiples partes en un mismo espacio presente. Las piezas que llevan los personajes se desarman en la cabeza del espectador, quien puede reconocerse en las más afines a su propia historia. La obra que presenciamos aquí no se basa en la novedad como elemento principal en la relación con el espectador, sino en la identificación de este con la obra. Pero es una identificación por medio del deseo, de un deseo siempre en producción, el cual, por ejemplo, nos lleva a desear ser ese modelo sacado de una película italiana de los 70.


Tal vez de ahí se derive el éxito comercial de Gucci: de su capacidad de no ser indiferente a quien observa la colección y la marca, que quiere hacerse a sí mismo con ellas.



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